En el barrio del Carme de València se agolpan hasta 14 monumentos. No es el distrito de la ciudad con más comisiones, pero dado su limitado perímetro, casi en cada esquina se puede contemplar un pequeño monumento, y los pocos huecos que quedan libres se rellenan con puestos de buñuelos, carpas, mercadillos o verbenas. Cada noche de los días grandes del calendario fallero, este histórico barrio del centro de València se convierte en el epicentro de la fiesta donde la música y, muchas veces algo más de alcohol del necesario, se mezclan con el ruido de los petardos.
En un pequeño recorrido de 500 metros en línea recta se pueden observar una animada carpa, dos pequeñas fallas, un puesto tradicional de buñuelos y la típica churrería foránea que va de ciudad en ciudad; también un mercadillo en la concurrida calle Bolsería con todo tipo de abalorios que incomoda a los comerciantes de siempre que ven como sus escaparates quedan camuflados tras puestos de comida, colgantes y jabones. Si se serpentea entre sus calles, los hallazgos falleros se multiplican: más ninots, más verbenas y comisiones comiendo al aire libre o simplemente tirando petardos en calles cortadas.

Una familia pasea este mediodía por una calle del barrio del Carme de Valencia tras una noche de fiesta. Manuel Bruque.

Numerosas escobas y recogedores se amontonan ante una carpa de las innumerables que las comisiones falleras montan en las calles de València.
En el Carme no hay grandes fallas, tampoco caben en sus estrechas calles. De las 14 del distrito, solo Na Jordana está en la categoría Especial. Son fallas de barrio, con modestos ninots, algunos hechos por los propios falleros, y poco presupuesto, aunque con comisiones históricas como la de la Plaça de Santa Creu, fundada en 1849. Otra de las más antiguas es la del Carrer de Baix-Mesó de Morella, que data de 1853. En la calle paralela (Carrer de Dalt-Sant Tomás) no dudaron tres años más tarde, en 1856, en fundar su propia comisión.
Y entre tanto revuelo que corta calles, dificulta el día a día y casi que imposibilita el trabajo, los vecinos y comerciantes tienen varias opciones estos caóticos días donde, además, los más pequeños tienen unas pequeñas vacaciones escolares: integrarse en la fiesta, adaptarse como pueden a las circunstancias o, simplemente, huir lejos de la ciudad.

Lolo, Josema, Lafu, Antonio y Carmen, durante las paellas del pasado fin de semana.
Antonio y Ana junto con sus amigos Josema y Carmen decidieron el año pasado apuntarse a la Falla Sant Miquel-Vicente Iborra, otra con más de un siglo de tradición. Tras años de convivencia con la fiesta, en las Fallas de 2024 se vistieron con los trajes tradicionales y desfilaron en la Ofrenda. Ahora, están plenamente integrados en el ambiente de la fiesta: Antonio y Josema se han apuntado a la comisión de festejos de la falla; Carmen, a la de infantil y Ana, a la artística. El pasado fin de semana, en el concurso de paellas, su grupo fue uno de los más numerosos de todos y acercaron al casal a medio centenar de amigos y conocidos. Tuvieron que hacer dos paellas y no quedaron mal posicionados en la clasificación de mejores arroces.
También se apuntó el año pasado un tercer amigo a la comisión. Sin embargo, pese a la buena experiencia, ha optado por borrarse. Y es que no todo el mundo vive las Fallas de la misma manera. Este año, Lafu, el tercero de los amigos, se partirá las Fallas y estará unos días disfrutando de las fiestas y otros se escapará a la montaña, su verdadera pasión. Es lo que tiene que sus niñas tengan este año cinco días sin clase.
Maneras de sobrevivir
Antonio y Ana se han apuntado a la falla de bajo de su casa; Naza, luthier, ha cerrado su taller y ha huido al norte
Lafu no es el único que huirá. Ya el pasado miércoles 12 de marzo, Naza, uno de los mejores luthieres de València, cerraba su taller. Antes ya había dejado preparado un buen arsenal de productos de limpieza en su taller, sobre todo lejía, para desinfectar la entrada de su comercio. Es consciente de como se va a encontrar el portal -a escasos metros de la calle Bolsería- cuando vuelva a abrir el día 20 de marzo. De momento, prefiere evitar el ajetreo de estos días y refugiarse con su familia en el norte de España lejos de los petardos y el reguetón de las verbenas. Otros también lo harían, pero hay que trabajar. “Es lo que tiene ser autónomo”, subraya este argentino afincado en València desde hace años que ya disfrutó, de más joven, de las Fallas.
Y es que los comerciantes se dividen entre quienes pueden cerrar o quienes pueden hacer el agosto en pleno marzo. En el Mercat Central, el más importante del cap i casal, hay muchos puestos que desisten ante las dificultades de acceder con toda la ciudad cortada por carpas y monumentos. “Hay mucha gente, pero pocos clientes”, se queja Carmen que cierra su puesto de verduras y hortalizas hasta la vuelta a la normalidad. Otros multiplicarán sus bandejas de fruta ya cortada, sus bocatas de jamón serrano listos para hincarles el diente y las latas frescas. Los litros que se consumen en estas fiestas son dignas de estudio y en los supermercados y chárteres del barrio no dan abasto para rellenar las neveras con bebida fría. Bien los saben los dos hermanos que cada día descargan palés de cerveza en un garaje convertido en almacén del barrio.

El primer puesto de venta de buñuelos de Els Tonets en 1988.
Quien no se libra de trabajar son los buñoleros de Els Tonets del Carme. Un puesto tradicional de bunyols que empezó en 1988 a vender este dulce típico de las fiestas. En hora punta, la cola para adquirir estos bunyols de calabaza o de higo obligan a armarse de paciencia pese a la destreza de sus cocineros.
Antoni Mir, responsable de Els Tonets, explica a La Vanguardia que gastan unos 30 kilos de calabaza al día y que en los días de más faena pueden llegar a hacer hasta 8.000 bunyols. “Es una tradición familiar, desde mi tatarabuela tenemos constancia de que se hacían en mi familia”, cuenta.

Miguel juega con algunos de los perros ya instalados en la casa de Turís.
Hay vecinos de barrio que, sin embargo, directamente, se ven forzados a huir de sus casas. Es el caso de Cynthia que junto a su marido Miguel monta cada año por estas fechas un campamento para perros. Los animales tiene muy difícil, sobre todo en el centro de la ciudad, convivir con los petardos y mascletaes que cada jornada, a las dos de la tarde, explotan en la plaza del Ayuntamiento. Por ello, desde el pasado 2 de marzo la pareja ya está en una casa en Turís, cedida por una amiga amante de los perros que conocieron por Instagram, para alejarlos del ruido fallero.
Cynthia y Miguel montan cada año un campamento para acoger y alejar a los perros del ruido de los petardos: “Sufren mucho”
Este año no ha sido fácil y Cynthia y Miguel han tenido que cruzar sus horarios laborales para poder cuidar a los ocho perros (más la suya) que gradualmente irán acogiendo en Turís. Cynthia explica que los canes que se quedan entre los estruendos de la ciudad “sufren mucho, apenas comen y algunos se paralizan e incluso se orinan encima”. Por ello, pide que las franjas de los horarios en que se aconseja no tirar petardos se cumplan efectivamente y que las fiestas sean un poco más amables. Y es que la convivencia en un barrio que se transforma en el epicentro de la fiesta no siempre es sencilla.